domingo, 6 de noviembre de 2016

La última oportunidad

Nov 6, 2016


Escrito por
LUIS B. PETROSINI

         Hay quienes encuentran similitudes entre los acontecimientos ocurridos en 2002 y la situación que vivimos hoy en Venezuela. Realmente existen rasgos comunes en ambos períodos, pero las diferencias son sustanciales. En 2002, terminada ya esa suerte de luna de miel que suelen disfrutar los nuevos mandatarios en los primeros tiempos de su gestión, muchos venezolanos comenzaban a mostrar su hartazgo por la forma como Chávez dirigía los destinos del país y hacían patente su protesta ante la arbitrariedad, la intolerancia, la prepotencia, la arrogancia, el cinismo y la vulgaridad extrema con las que día a día nos asaltaba en sus interminables y ripiosas apariciones públicas. Todo ello culminó con aquella manifestación popular que desbordó las calles de Caracas, en forma pacífica y democrática, pero que terminó de manera dramática, triste y lamentable con hechos que todavía no han sido suficientemente aclarados -y quienes han tratado de hacerlo no han hecho más que dejar un rosario de dudas en razón de la parcialidad que representan-. También en esa época era evidente el deterioro de la situación económica, y buena parte de la población tenía la percepción de que las condiciones empeorarían de no tomarse los correctivos necesarios. Un hilo de esperanza surgió cuando en una rueda de prensa con representantes de los medios extranjeros el presidente dio muestras de asumir en el futuro una actitud distinta e introducir cambios importantes en la conducción del Estado. El tiempo demostró que todo era un intento de ganar tiempo para continuar en el propósito de implantar en el país un régimen totalitario que se eternizara en el poder. Adicionalmente, un elemento diferenciaba aquél momento político del presente: el chavismo constituía una mayoría clara en el país, como lo demostraban las encuestas de opinión y casi todas las elecciones de la época. Las clases populares no habían perdido la fe y la esperanza en el proyecto del entonces jefe absoluto de la “revolución bonita”.

         Una ilusoria bonanza provocada por el impresionante aumento de los precios petroleros constituyó un soporte más para el gobierno, lo que, aunado al dinamismo y carisma popular del presidente, asomó indicios de una próxima recuperación. Pero la irracionalidad puesta de manifiesto en la instrumentación de la política económica comenzó a desnudar lo absurdo de las políticas públicas en general, y el declive se inició inexorablemente, incluso antes del debilitamiento de los precios del petróleo y del fallecimiento de Hugo Chávez. La historia reciente es bien conocida y es poco novedoso recordar la enorme crisis política, económica, social y cultural en la que se encuentra sumergido nuestro país.

         El presente es muy diferente del período inmediatamente posterior a 2002. Lo más destacable hoy es que la enorme frustración experimentada por este absurdo intento de implantación de un régimen fracasado ha determinado que ya el sector gubernamental tiene un apoyo absolutamente minoritario en la población. A diferencia de aquellos años, hoy la oposición es claramente mayoritaria en la sociedad venezolana y ahora la incapacidad de un presidente y su equipo gubernamental de auténticos ignorantes en sus respectivas materias nos traslada nuevamente a comienzos del siglo, cuando, en circunstancias políticas absolutamente adversas, queríamos cambiar de rumbo a como diera lugar. Ahora las condiciones son totalmente favorables, tanto en la percepción que el mundo internacional tiene de lo que nos ocurre, como en la que tienen los sectores populares en casi todo el territorio nacional.

         Tanto la presión internacional como la interna, al igual que las dudas y divisiones en el sector gubernamental, así como la fortaleza unitaria puesta de manifiesto por la oposición -con todo y las diferencias que existen en su seno- han impuesto la necesidad de iniciar conversaciones para buscar una solución a lo que luce para muchos un callejón sin salida. Eso es lo racional, lo sensato, pues de lo contrario podríamos terminar en una confrontación dolorosa en la que no podría haber vencedores, pues la única derrotada sería la sociedad venezolana en su conjunto. En este proceso de diálogo tiene que haber concesiones en ambos bandos con el objetivo fundamental de crear las garantías para que se instaure en el futuro el respeto a un contrato social de convivencia para todos los venezolanos con las más distintas posiciones políticas, algo que el gobierno ha quebrantado reiteradamente. Soy del convencimiento de que hay que darle una oportunidad a eso que algunos, en ambos bandos, se han empeñado en satanizar, un diálogo constructivo que nos permita salir del enorme atolladero en el que nos encontramos. Hoy, este mecanismo tiene dos nuevos componentes: la presencia de un árbitro confiable, el representante del Sumo Pontífice, pues el Papa ha manifestado su convicción de la necesidad de este proceso para poner fin a la calamidad que azota nuestro pueblo; y la brevedad del lapso esperado para alcanzar logros significativos. Si dejamos de ir a Miraflores ayer jueves, nada impide que, ante una treta gubernamental más,  vayamos el 12 o cualquiera de los días siguientes y que al mismo tiempo abordemos el juicio político a Maduro. De manera que, insisto, démosle una oportunidad al diálogo. De fracasar en el intento, muy oscuro será nuestro futuro.

Luis B. Petrosini  –  @LBPetrosini