sábado, 23 de mayo de 2009
Traidor, felón y malagradecido
LEAN...
Ateneo de Caracas
Traidor, felón y malagradecido
Antonio Sánchez García
Domingo, 10 de mayo de 2009
A Carmen Ramia
Pocos días después de su elección como presidente de la república - el acto de mayor irresponsabilidad histórica cometida por una mayoría ciudadana extraviada en los meandros del delirio - me encontré con Carmen Ramia en el estacionamiento de El Ateneo de Caracas. Acababa de cesar en sus funciones como Ministro de Información del recién instalado gobierno, informada del hecho de manera irrespetuosa y vergonzante por Alfredo Peña, entonces ministro secretario de gobierno. Recuerdo haberle dicho: “qué bueno que dejas este gobierno, que será nefasto para nuestro país. Es lo mejor que podría haberte sucedido…”
Fue aquel el primer acto de una historia infamante que culmina en estos días con la firma del decreto que le arrebata de un manotazo la sede en que ha funcionado por décadas la institución cultural más prestigiada y prestigiosa de la cultura venezolana. Pues sin el Ateneo de Caracas y María Teresa Castillo no se explica la historia de la cultura en estos últimos 74 años de vida venezolana. Y lo que es inmensamente más grave: el siniestro personaje que nos desgobierna jamás hubiera llegado a ocupar el cargo que usurpa. Pues para su desgracia y la nuestra, el Ateneo de Caracas sería uno de los factores políticos claves en el inevitable ascenso al poder de nuestro Arturo Ui.
Lo ha vuelto a recordar recientemente en La Entrevista con Miguel Ángel Rodríguez. El Ateneo de Caracas fue la plataforma de que se sirvió el ágrafo, inculto y ambicioso teniente coronel golpista para, travestido con el manto de la legitimidad artística, intelectual y cultural que Carmen Ramia y la tradición ateneísta le brindaban desinteresadamente, asaltar el Poder sin suscitar las debidas aprehensiones que el responsable por la felonía del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992 hubiera debido despertar. Imposible olvidar que el coronel Tejero de la Guardia Civil española, apenas una sombra de lo que Chávez ya entonces representara, fue condenado a veinte años de cárcel por irrumpir en las Cortes españolas al grito de “¡sientensen, coño!” En Venezuela, y gracias a las gestiones del aparato mediático y cultural del establecimiento democrático, nuestro Tejero recibía la santificación de directores y dueños de medios y la izquierda democrática representada culturalmente al efecto por el Ateneo de Caracas le abría los brazos en un acto de generosidad jamás retribuido.
Pertenezco al escaso grupo de quienes no se dejaron engatusar por las vestiduras civilistas del militar golpista. Y que vio con angustia la suma de desatinos que el aparato mediático del país – canales de televisión, radios y medios impresos – cometía alfombrándole el camino al Poder a quien fue, es y será un personaje siniestro de la tragicomedia política nacional. Un traidor, un felón y un malagradecido que lleva diez años destruyendo nuestras vidas y nuestras tradiciones democráticas. Y quien - si no lo detenemos a tiempo - no se detendrá hasta hacer tabula rasa de la Venezuela republicana.
2
Es interminable la lista de quienes consciente o inconscientemente armaron el andamiaje con el que el teniente coronel golpista asaltara el Estado venezolano. Quienes hoy forman la guardia pretoriana y dan sostén orgánico y operativo al gobierno autocrático y militarista de Hugo Rafael Chávez Frías – Diosdado Cabello, Jesse Chacón, Pedro Carreño y la cohorte de oficiales en activo o en retiro que hoy copan los mandos directivos del Estado – no eran entonces más que su grupete de espalderos. Mientras Chávez recibía a intelectuales y periodistas, a políticos y financistas, a banqueros y empresarios de las más encopetadas y adineradas familias del valle desde el lujoso apartamento que Tobías Carrero pusiera a su orden en Alto Prado, Diosdado Cabello y Pedro Carreño, sus guardaespaldas, pasaban hambre y frío sirviendo a su escudo de seguridad. Sólo ellos sabían que esos multimillonarios que venían a ponerse a la orden del asalto al Poder terminarían humillados, atropellados y agredidos. Mientras ellos serían los propios hacedores del Poder. No era una profecía: era un diagnóstico del cáncer que nos gangrenaba. Espalderos a cargo de la República.
Son anécdotas que pertenecen a la granujería de esta historia de la infamia. Pero que revelan la inmensa irresponsabilidad, la ceguera y la ingenuidad – cuando no el oportunismo grosero y despreciable de algunos prohombres de la burguesía nacional – de quienes antepusieron sus rencores, sus ambiciones e incluso sus ideales a la cabal comprensión del mal que sufría la república. Causa vértigo enterarse de la lista de quienes corrieron a postrarse ante el recién llegado. Asombran la inconsciencia, la avaricia, la carencia de sentido patriótico y nacional de aquellos poderosos del pasado y del presente dispuestos a entregarle el control del Estado al último asaltante de caminos aparecido en el escenario de la triste y tenebrosa historia nacional.
Sólo los días de Cipriano Castro, maravillosamente descritos por el libro homónimo de Mariano Picón Salas, pueden compararse a los que ha vivido nuestra picaresca golpista desde el 4 de febrero de 1992. La lista de los poderosos que se prestaron al juego es interminable. También la de los consejeros, aliados y socios traicionados, burlados y perseguidos. Comenzó con los conjurados del Samán de Güere, que muy pronto comprenderían que los principios del juramento no eran más que el carburante de una conspiración con un solo propósito: asaltar el Poder para entronizar la dictadura vitalicia de la dinastía Chávez Frías. De ellos sólo se mantiene a su lado luego de una funambulesca comedia de enredos el tristemente célebre y ya medio olvidado Francisco Arias Cárdenas.
Luis Miquilena y Tobías Carrero - financista éste y operador y cerebro político aquel de la osada y fulgurante operación del bolivariano asalto al Poder -, se demarcarían a los dos años del “proceso”, asqueados de lo que encontrarían tras la máscara del teniente coronel: la deriva autocrática y totalitaria que contrabandeaba con su socialismo del siglo XXI. Con ellos la que bien podría ser calificada de la avanzada de la decencia en el interior del chavismo: Alejandro Armas, José Luis Farías, Ernesto Alvarenga y tantos y tantos otros creyentes en la causa, conmovidos por el horror que ya entonces se anticipaba. Una pústula que reventara en toda su crudeza el 11 de abril de 2002. Con ellos Ángela Zago, Hermann Escarrá y cientos de convencidos revolucionarios. Quienes perteneciendo a ese grupo, como José Vicente Rangel, no honraron el compromiso de compartir destinos apartándose del régimen lo hicieron por su inescrupulosidad, su ambición y su avaricia ilimitados. Ha sido una sangría que llegaría incluso a los aposentos íntimos de Miraflores y a la pérdida de los dos más cercanos y directos colaboradores: María Isabel Rodríguez, su esposa, y Raúl Isaías Baduel, su amigo, compañero, compadre y general más destacado. A quien le debe no estar pudriéndose en una cárcel. Malagradecido como sólo él puede serlo, hoy le devuelve el favor aherrojándolo en sus mazmorras. La propia historia de la infamia.
3
La traición, la felonía y la mendacidad son atributos propios de su naturaleza. No son aspectos fortuitos de su personalidad: son propios de quienes sufren de la megalomanía, el narcisismo y la sociopática egolatría que le caracterizan. Chávez puede mentir sin que se le arrugue el semblante, como cuando acusa al Ateneo de ser bastión de la cultura burguesa, olvidando expresa y conscientemente que fue el refugio de la izquierda marxista y revolucionaria venezolana en los años sesenta y de los perseguidos y desterrados de las dictaduras militares del Cono Sur en los setenta. El Ateneo de Caracas ha sido el refugio de la tolerancia y la lucha por la democracia y la defensa de los derechos humanos. La más acabada expresión de la cultura venezolana. Tan traidor, mendaz y felón puede llegar a ser que omite conscientemente una verdad del tamaño de una catedral: el Ateneo fue su casa, su plataforma, su caballo de Troya. Hoy en el colmo del mal agradecimiento lo ataca porque carece del más elemental sentido de la verdad, de la honestidad intelectual, de la sinceridad, del agradecimiento. Es la propia amoralidad: un ser que se cree más allá del bien y del mal. Puede levantar esa calumnia, porque no conoce los límites que separan la verdad de la mentira, la honestidad de la infamia. De la misma manera que califica de golpistas a quienes ordenó ametrallar el 11 de abril, olvidando aparentemente que el único golpista que ha ocupado la escena nacional en las últimas dos décadas ha sido él mismo.
Puede, por lo mismo, cumplir a cabalidad el principio esencial de los dictadores: con un pase de su verborreica prestidigitación convertir la víctima en victimario. Y al asesino, al criminal, al violador, en el violado, el humillado y el ofendido. Ya Hannah Arendt en su esencial estudio sobre el totalitarismo hizo hincapié en esa monstruosa aberración: el trastrueque aterrante de los valores que manifiestan y llevan a cabo los dictadores. Y tras suyos todos sus seguidores. De ese modo, la sociopatía del dictador se convierte en la sociopatía de toda una sociedad. El caso del Ateneo hoy, como el de los comisarios ayer y el de la usurpación de funciones y atributos ordenados por la asamblea nacional contra el alcalde Antonio Ledezma manifiestan sintomáticamente ese grave mal de la república. Venezuela está enferma. Y su cura sólo será posible poniéndole fin a este régimen de iniquidades cuanto antes. Cualquier respaldo que se le confiera a este régimen, por inofensivo que aparente ser, constituye un crimen de lesa complicidad con la corrupción y la inmoralidad reinante. De ese crimen no se salvan los intelectuales y artistas que se confabulan con el asalto al Ateneo de Caracas y prestan sus nombres y sus vapuleados prestigios al asalto contra nuestras instituciones.
Habrá que llevar ante un gran jurado a todos quienes fueron cómplices y beneficiarios de este régimen infamante. Es la responsabilidad moral que le cabrá a la decencia nacional cuando esta ignominia llegue a su fin.
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